viernes, 3 de diciembre de 2010

La Sirena de Fiji
Corría el año 1842 y los barcos a vapor exploraban el mundo descubriendo misterios y lugares asombrosos. Gracias a esto la imaginación popular se había elevado a un punto culmine de creencias artífices de monstruos, maldiciones y lugares exóticos dignos de un sueño compartido entre Joseph Conrad y Lovecraft. Una noche, como cualquier otra de la populosa New York, descendería de un barco transatlántico un caballero Inglés llamado “Dr. J. Griffin” de altísima cultura y modales dignos de un noble de alta cuna, también poseería magnificas credenciales siendo miembro de un tal “British Lyceum of Natural History” -una sociedad que, por cierto, no existía XD-. La diferencia entre el Dr. Griffin y los demás pasajeros es que éste, en su equipaje, cargaba con un monumental “descubrimiento de la ciencia”, nada más y nada menos que una sirena.

Supuestamente capturada en las Islas Fiji, la sirena se lograría convertir en la vedette de los periodistas por lo que decenas de reporteros de todos los medios correrían por entrevistar al prestigioso doctor. Por supuesto ayudó a este furor el que Griffin mandara unos meses antes cartas sobre el descubrimiento de un magnifico ser mitológico. Ante la unánime exigencia de mostrar a la sirena Griffin sólo ponía negativas, pero tras la presión, lograrían que éste la muestre brevemente… quedando absolutamente convencidos del hallazgo. Acto seguido, el cómplice de Griffin y comediante de profesión, un hombre llamado Barnum se dirigiría a todos los periódicos “ofreciendo” un grabado de la sirena con la excusa de que el ya no lo necesitaba más. “Curiosamente” el grabado reflejaba la imagen de una hermosa joven con cola de pez. Esto, y el que todos los editores pensaran que tenían la exclusiva, bastó para que el 17 de Julio todos los periódicos de New York mostrarían la imagen de la hermosa dama, creando un furor y deseo impresionante por presenciar dicho hallazgo entre el público.

Literalmente todo New York hablaría de la sirena durante semanas, y esto llevaría a que en el momento de su exhibición, no sorprendentemente, hubiera una gigantesca cola de personas esperando a pagar su entrada para ver ese magnífico ser. Sin embargo, una sorpresa aguardaría a los espectadores: La sirena no sería una mujer hermosa sino que terminaría por ser un horrible ser con una de las expresiones de dolor más horripilantes jamás vistas. Ninguno de los miles de espectadores se daría cuenta que en realidad era la cola de un salmón disecada y cosida al cuerpo de un mono que Griffin había comprado por unos centavos a un vendedor de porquerías un tiempo antes. Para cuando se dieron cuenta del engaño realizado por Griffin, que ni siquiera era su verdadero nombre, y sus complices, éstos ya estaban muy lejos con valijas repletas de dinero.